3 - Carlos I (1500/1558) y Felipe II (1527/1598)
(Carlos I de España y V de
Alemania; Gante, Flandes, 1500 - Yuste, Extremadura, 1558) Rey de España y
emperador de Alemania. Con él se implantó en España la Casa de Habsburgo. Era
hijo de Juana la Loca y de Felipe el Hermoso. Fue educado en los Países Bajos
por Adriano de Utrecht y Guillermo de Croy, recibiendo la influencia de los
humanistas del Renacimiento (como Erasmo de Rotterdam).
En 1515 asumió el
gobierno de los estados de la Casa de Borgoña (los Países Bajos, el Franco
Condado, Borgoña y el Charolais), que le correspondían por herencia de su
abuela paterna; al morir en 1516 su abuelo materno, Fernando el Católico,
heredó las Coronas unificadas de Castilla (a la que se había anexionado Navarra
el año anterior y día a día se iban incorporando nuevos descubrimientos en las
Indias) y de Aragón (con sus dominios mediterráneos de Nápoles, Sicilia,
Cerdeña y el Rosellón).
Y en 1519, al morir
su abuelo paterno, Maximiliano I de Austria, heredó los vastos estados
patrimoniales de los Habsburgo (Austria, Tirol, Bohemia, Moravia, Silesia,
Estiria, Carintia y Carniola), que llevaban aparejada la candidatura a la
Corona imperial de Alemania, para la que efectivamente fue elegido aquel mismo
año (aunque no sería coronado formalmente por el papa hasta 1530).
Dueño de tan extensos
territorios, Carlos asumió enseguida el proyecto de Gattinara de restaurar un
Imperio cristiano universal, para lo cual debía lograr una hegemonía efectiva
sobre los restantes reyes de la Cristiandad. Ello le enzarzó en guerras continuas
contra los rivales de tal hegemonía. Como rey de España, Carlos suscitó
importantes resistencias desde su llegada al país en 1517, debido a su
condición de extranjero, rodeado por una corte de extranjeros y con la mirada
puesta en objetivos políticos que excedían con mucho los límites de España.
Su política poco
respetuosa de la autonomía municipal, al tiempo que la perspectiva de un rey
ausente durante largos períodos de tiempo y esquilmando al reino con impuestos
para financiar sus empresas europeas, determinaron las insurrecciones de las
Comunidades de Castilla (1520-1521) y de las Germanías de Valencia y Mallorca
(1519-1524), que hubo de aplastar militarmente. Para aplacar los ánimos
permaneció unos años en la Península, donde contrajo matrimonio con su prima
Isabel de Portugal (1526), como le habían pedido las Cortes de Castilla.
En cuanto a su lucha
por la hegemonía en Europa, Carlos tuvo que enfrentarse como campeón de la
Cristiandad contra el avance de los turcos, que bajo el reinado de Solimán II
el Magnífico, avanzaron por los Balcanes hasta el corazón de Austria (primer
asedio de Viena en 1529 y anexión turca de Hungría en 1541), al tiempo que
Barbarroja hostigaba la navegación en el Mediterráneo.
Carlos tuvo que
librar también cuatro guerras contra el rey «cristianísimo» de Francia,
Francisco I, en 1521-1526, 1526-1529, 1536-1538 y 1542-1544, motivadas por
diversos contenciosos territoriales en Italia y los Países Bajos; Enrique VIII
de Inglaterra y otros estados europeos (como Venecia, Florencia, Suiza,
Dinamarca o Suecia) se aliaron ocasionalmente con Francia, temerosos de la
hegemonía austriaca; e incluso el Papado (bajo León X y Clemente VII) luchó
contra el emperador, quien no dudó en hacer que sus ejércitos saquearan Roma en
represalia, el famoso "Saco de Roma" (1527).
En la propia
Alemania, la reforma protestante iniciada por Lutero en 1519-1521 acabó
con la unidad católica; Carlos se mostró inflexible con los príncipes
protestantes, a los que exigió primero que retornaran al seno de la Iglesia
(Dieta de Worms, 1521) y derrotó luego en la Guerra de Esmalcalda de 1546-1547
(batalla de Mühlberg). Pero, finalmente, se vio obligado a reconocer la
escisión religiosa (Paz de Augsburgo, 1555), mientras el Concilio de Trento
(1545-1563) iniciaba la «Contrarreforma» en el bando católico.
Fracasado de este
modo su proyecto imperial, Carlos abdicó en Bruselas en 1555, dejando a su hijo
primogénito, Felipe II, los reinos de España y los estados de la Casa de
Borgoña, incluyendo las Indias, Italia (Cerdeña, Nápoles, Sicilia y Milán), los
Países Bajos y el Franco Condado; junto con dichos territorios, Carlos legaba a
su hijo una Hacienda abocada a la bancarrota por los ingentes gastos de las
campañas imperiales.
Las tensas disputas
en el seno de la Casa de Habsburgo le llevaron a desgajar de la herencia los
estados patrimoniales de los Habsburgo en el centro de Europa, que pasaron a su
hermano Fernando junto con la Corona imperial (1558), quedando separada desde
entonces en dos ramas la Casa de Austria. Carlos, enfermo de gota, se retiró al
monasterio de Yuste, donde murió.
Durante los 40 años
de su reinado, el pago de la deuda externa sumió a España en un déficit crónico
del que sólo nos sacó una suspensión de pagos en toda regla: el Imperio vivía
por encima de sus posibilidades.
Doña Juana de
Austria, hija del emperador, escribió al padre, cuando asumió la regencia, este
balance económico: "Está consumido y gastado casi todo lo que se puede
sacar de rentas ordinarias, extraordinarias, bulas y subsidios, hasta final de
1560".
Carlos que se
consideraba con el derecho legítimo al título de Rey de Romanos y Emperador del
Sacro Imperio, tuvo que vencer en la pugna a su rival, el Rey Francisco I de
Francia. Para ello tenía que comprar voluntades de los electores sobornándolos.
Decidió emplear todo el dinero posible en la compra de electores. Se gastaron
851.918 florines. Carlos no disponía de esa inmensa suma ni podía sacarlos de
la hacienda de sus reinos hispanos. Para obtenerlos practicó eso que se llama
ingeniería financiera.
Habló con muchos
banqueros. Participaron alemanes, genoveses y florentinos. Todo estaba
coordinado por los Fugger, establecidos en Ausgburgo. Eran préstamos
sindicados, similares a los que hoy practican los grandes grupos empresariales
para financiarse.
Esta manera de pagar
la fiesta se convertiría en la tónica habitual de su reinado. Condujo a una
situación de déficit crónico durante los 40 años de reinado, yendo en aumento
década a década. Las rivalidades políticas en Europa, que se traducían en incesantes
guerras, contribuyeron de manera decisiva a esta situación embarazosa. Así
consiguió el emperador muchos éxitos militares, pero siempre estaban
acompañados de una contrapartida inevitable y fatal: enormes facturas que había
que pagar.
Desde 1523 el
emperador había experimentado dificultades para saldar las deudas. Esto generó
descontentos entre sus acreedores hasta el punto que dejaron de prestarle
durante el período 1524-1526. A Carlos I se le secó el grifo del crédito.
Para resolver esta
situación optó por una estrategia que le ocasionó más dolores de cabeza:
enajenó en favor de los Fugger diversas propiedades en España, cuyas rentas
percibirían sin que la Hacienda castellana llevase a cabo control alguno:
maestrazgos (grandes extensiones rurales que pertenecían a las Órdenes
Militares) situadas en Extremadura y Castilla la Nueva [hoy Castilla-La Mancha]
(las minas de Almadén formaban parte del lote). Todo fue a parar a manos de los
Fugger durante más de un siglo. También lograron importantes concesiones
mineras en otros lugares.
El retorno del
crédito alemán permitió al emperador salir de una situación engorrosa de mal
pagador. Un préstamo cubría a otro anterior impagado. Como ahora con las
subprimes americanas y los productos llamados tóxicos.
Pero ni aún así sería
suficiente. Ante la monumental hipoteca la única salida era hacer nuevas
concesiones. El paso siguiente fue arrendar mediante subasta la recaudación de
las rentas de la Corona. Otro modo fue la emisión de los juros (algo
parecido a nuestros actuales bonos del Tesoro) que permitían obtener intereses
muy elevados de hasta el 10%. Tenían un punto flaco y este era que cada juro se
garantizaba con el dinero de la recaudación de otros impuestos, y si este
fallaba, surgían problemas para cobrar. Vamos, para entendernos, como la
"pirámide de Madoff".
Entre 1532-1542, con
la conquista del Perú y la plata que de allí venía, las cuentas se sanearon,
hasta el punto que se pudo prescindir de los préstamos.
Pero a partir de
1542, la situación en Europa se le complicó: una nueva guerra con Francia que
terminó de forma precipitada porque se iniciaron las guerras de religión
luteranas (1544) que consumieron la madurez del Emperador.
Si antes de las
guerras luteranas el interés medio que pagaba el Emperador por los préstamos
era del orden del 28%, a partir de estos enfrentamientos la cota subió casi al
50%, algo desmesurado.
Cuando Felipe II
asumió el poder, se encontró con una deuda de 15 millones de ducados y decidió
cortar por lo sano: suspensión de pagos en 1557. Esta medida hizo perder a los
Fugger cantidades millonarias (y a otros banqueros) y señaló el camino a seguir
a otros reinos con dificultades financieras, como Francia y Portugal, que
acabarían imitando la solución de Felipe II.
La tormenta
financiera desencadenada nada tiene que envidiar a la del hundimiento de Lehman
Brothers en 2008. Años después, el propio Felipe II volvería a encontrarse en
una situación desesperada que le empujó a declarar otras dos suspensiones de
pagos, por lo que su gestión, a la hora de valorarla, no puede ser demasiado
positiva.
El dominio de la
economía sobre la política es, probablemente, más antiguo de lo que pensamos.