¿Cómo se obtiene el poder? A veces sin buscarlo: hay
personas que gozan de la confianza de otras por la mera razón de que un tercero
ha expresado su confianza en ellos.
Este proceso, las más de las veces termina generando un
poder inteligente: una situación en la que los líderes escogidos actúan en
beneficio propio, pero más en beneficio de los demás. A veces puede llevar a un
sacrificio deliberado, en el que la gente se perjudica a sí misma en beneficio
de los demás (si el sacrificio se realiza de forma intencionada, no lo
incluiremos en la categoría de “incauto”, atendiendo al beneficio moral que
alcanza esa persona que coloca el bien común por encima del interés personal).
Pero los ejemplos de este poder inteligente son mucho menos
numerosos de lo que nos gustaría. ¿Por qué?
La razón es que existe una competencia por hacerse con el
poder y mantenerse en él. Ansias agresivas por alcanzar ese poder, aterradoras
a veces, a menudo angustiosas, y siempre turbulentas y sucias.
Las personas que no buscan el poder en sí, sino que atienden
más a cumplir con la responsabilidad de hacer el bien a los demás, disponen de
menos tiempo y energía para acumular más poder o incluso para conservar el que
ya tienen. Los avariciosos del poder, se centran en la lucha por alcanzarlo.
La mayoría de individuos se encuentra en alguna parte entre
los dos extremos de este conjunto: responsabilidad o tráfico de poder. El
elemento manipulador es el más agresivo en ese juego y por consiguiente es el
que consigue más poder. Incluso las personas que contaban con una motivación
inicial generosa, pueden verse obligadas, al final, a dedicar más energía a
mantener o incrementar su poder, incluso llegando a perder de vista su inicial
objetivo.
Otro elemento que empeora las cosas es la megalomanía. El
poder es una droga. Los que ostentan la autoridad terminan creyendo a menudo
que son mejores, más listos y más sabios que el resto de los mortales. Además,
están rodeados de aduladores, seguidores y aprovechados que alimentan sus
falsas ilusiones.
El poder es sexy. Existe un instinto natural que hace de los
poderosos seres sexualmente atractivos. Aunque en la mayoría de los casos están
demasiado ocupados como para sacar tajada de eso.
El síndrome del poder no es una enfermedad que afecta sólo a
los poderosos, sino también a sus seguidores y a la mayoría de personas a
quienes conocen y tratan. La gente que está al servicio de los poderosos medra
y prospera en una relación de estúpida simbiosis con el poderoso que tiende a incrementar
y complicar la estupidez del poder.
Las víctimas de este mecanismo no son sólo la gente
corriente. Con frecuencia, las personas que se encuentran en lo alto también
acaban siendo víctimas, al convertirse en prisioneros de su séquito.
En muchas revoluciones, por no decir en todas, una vez
eliminado el tirano, el poder no pasa a manos de los revolucionarios o del
pueblo, sino que lo ostentan o las mismas oligarquías que antes ya lo poseían u
otros que se comportan igual.
Como ejemplo, el final del sistema colonial. En muchos
países, el poder quedó en manos de camarillas locales que no son para nada
mejores, incluso mucho peores que las potencias extranjeras a las que han
sustituido.
Hay síndromes que pueden llegar a afectar a personas que
nada poseen de poder. La arrogancia no es sólo otra forma de estupidez, sino
que puede tratarse de su raíz. La ilusión que vive el que se siente superior es
una agresiva causa de estupidez. También lo es la violencia: estúpida no sólo
por sus dañinas consecuencias, sino también por la cobardía y la debilidad
mental que a menudo constituyen su origen.
Aun cuando no se produce abuso físico, las personas
arrogantes hacen cuanto pueden para forzar a los otros a obedecerlos. Por
desgracia, muchas veces se les permite lograrlo.
Los ejemplos los ponen ustedes que a diario están presentes,
en todas partes.
Fuente: [“El poder de la estupidez” de Giancarlo Livraghi] *
Fuente: [“El poder de la estupidez” de Giancarlo Livraghi] *