martes, 10 de diciembre de 2013

El síndrome del poder

¿Cómo se obtiene el poder? A veces sin buscarlo: hay personas que gozan de la confianza de otras por la mera razón de que un tercero ha expresado su confianza en ellos.

Este proceso, las más de las veces termina generando un poder inteligente: una situación en la que los líderes escogidos actúan en beneficio propio, pero más en beneficio de los demás. A veces puede llevar a un sacrificio deliberado, en el que la gente se perjudica a sí misma en beneficio de los demás (si el sacrificio se realiza de forma intencionada, no lo incluiremos en la categoría de “incauto”, atendiendo al beneficio moral que alcanza esa persona que coloca el bien común por encima del interés personal).

Pero los ejemplos de este poder inteligente son mucho menos numerosos de lo que nos gustaría. ¿Por qué?

La razón es que existe una competencia por hacerse con el poder y mantenerse en él. Ansias agresivas por alcanzar ese poder, aterradoras a veces, a menudo angustiosas, y siempre turbulentas y sucias.

Las personas que no buscan el poder en sí, sino que atienden más a cumplir con la responsabilidad de hacer el bien a los demás, disponen de menos tiempo y energía para acumular más poder o incluso para conservar el que ya tienen. Los avariciosos del poder, se centran en la lucha por alcanzarlo.

La mayoría de individuos se encuentra en alguna parte entre los dos extremos de este conjunto: responsabilidad o tráfico de poder. El elemento manipulador es el más agresivo en ese juego y por consiguiente es el que consigue más poder. Incluso las personas que contaban con una motivación inicial generosa, pueden verse obligadas, al final, a dedicar más energía a mantener o incrementar su poder, incluso llegando a perder de vista su inicial objetivo.

Otro elemento que empeora las cosas es la megalomanía. El poder es una droga. Los que ostentan la autoridad terminan creyendo a menudo que son mejores, más listos y más sabios que el resto de los mortales. Además, están rodeados de aduladores, seguidores y aprovechados que alimentan sus falsas ilusiones.

El poder es sexy. Existe un instinto natural que hace de los poderosos seres sexualmente atractivos. Aunque en la mayoría de los casos están demasiado ocupados como para sacar tajada de eso.

El síndrome del poder no es una enfermedad que afecta sólo a los poderosos, sino también a sus seguidores y a la mayoría de personas a quienes conocen y tratan. La gente que está al servicio de los poderosos medra y prospera en una relación de estúpida simbiosis con el poderoso que tiende a incrementar y complicar la estupidez del poder.

Las víctimas de este mecanismo no son sólo la gente corriente. Con frecuencia, las personas que se encuentran en lo alto también acaban siendo víctimas, al convertirse en prisioneros de su séquito.

En muchas revoluciones, por no decir en todas, una vez eliminado el tirano, el poder no pasa a manos de los revolucionarios o del pueblo, sino que lo ostentan o las mismas oligarquías que antes ya lo poseían u otros que se comportan igual.

Como ejemplo, el final del sistema colonial. En muchos países, el poder quedó en manos de camarillas locales que no son para nada mejores, incluso mucho peores que las potencias extranjeras a las que han sustituido.

Hay síndromes que pueden llegar a afectar a personas que nada poseen de poder. La arrogancia no es sólo otra forma de estupidez, sino que puede tratarse de su raíz. La ilusión que vive el que se siente superior es una agresiva causa de estupidez. También lo es la violencia: estúpida no sólo por sus dañinas consecuencias, sino también por la cobardía y la debilidad mental que a menudo constituyen su origen.

Aun cuando no se produce abuso físico, las personas arrogantes hacen cuanto pueden para forzar a los otros a obedecerlos. Por desgracia, muchas veces se les permite lograrlo.

Los ejemplos los ponen ustedes que a diario están presentes, en todas partes.

Fuente: [“El poder de la estupidez” de Giancarlo Livraghi] *

El poder del poder

Las personas que disponen de poder son más poderosas que otras gentes. No siempre sucede de este modo, puesto que existen personas aparentemente poderosas con menos influencia que otras, mucho menos visibles.

Hay personas que se dejan la piel en seguir los pasos del poder aparente, de tal modo que actúan a favor de otros al tiempo que se perjudican a sí mismos, lo que no deja de ser un comportamiento estrafalario y estúpido generalizado.

En muchas situaciones, unas pocas personas pueden beneficiar o perjudicar a otras muchas.

El perjuicio o beneficio es mucho mayor según sea el número de personas implicadas y el impacto de las acciones y las decisiones. Lo que parece una minucia en la “torre de marfil” del poder, puede resultar de gran importancia en la vida de las personas normales y corrientes.

Si una persona, en una hipotética relación de igualdad, obtiene tanto beneficio personal como perjuicios causa en otros, el sistema en su conjunto conserva el equilibrio.

En teoría podemos suponer que mientras el porcentaje de personas inteligentes o estúpidas sea el mismo, el efecto del poder conservará su equilibrio.

Esta hipótesis puede aproximarse relativamente a la realidad en pocas situaciones de poder pequeño o reducido, en entornos limitados en los que la interacción personal es directa y efectiva para todas las partes. Pero cuando el poder afecta a un gran número de personas, la relación personal se pierde. Es mucho más difícil escuchar, comprender, medir las consecuencias y las impresiones. Se produce un efecto Doppler, un cambio que comporta un incremento del factor estupidez.

En las sociedades abiertas, democráticas, en las que se dispone libremente de la información, se supone que los representantes electos actuarán por el bien del pueblo y sus acciones estarán abiertas al examen público; incluso ahí, la relación tampoco se produce entre iguales.

Todos los estudios sobre los sistemas de poder apuntan a la necesidad de la división de poderes, así como de que los conflictos del poder se formalicen de modo que no deriven en violencia, con el fin de evitar el poder absoluto (esto es la estupidez extrema.)

Este problema reviste la suficiente gravedad como para mantenernos a todos en constante alerta frente a una concentración de poder exagerada. Además, contribuye a explicar por qué hay tantas cosas que no funcionan tan bien como deberían.

Fuente: [“El poder de la estupidez” de Giancarlo Livraghi] *

Más sobre la estupidez humana

La estupidez de cada ser humano constituye en sí misma un problema grande, con todo tipo de consecuencias que es difícil identificar. Pero el panorama varía cuando tomamos en consideración la estupidez de las personas que tienen poder; esto es, el control sobre el destino de otras gentes.

El poder está en todas partes. Todos estamos sujetos al poder de otro. Y todos ejercemos poder sobre los demás. Forma parte de la vida.

Todos estamos de acuerdo en que debería existir el menor poder posible y que sus poseedores deberían estar sometidos al control del resto de la gente. Es lo que llamamos democracia.

Pero son relativamente pocas las personas que desean una libertad auténtica. La responsabilidad es una carga. Muchos descubren que es mejor ser seguidores; permitir que los gobernantes tracen el camino y se ocupen de pensar por nosotros y echarles la culpa cuando estemos descontentos.

Existe otra variedad de gente que disfruta con el poder. Se entregan con tal vehemencia que terminan imponiéndose. Debemos asumir que aquí también se aplica el concepto general: hay tantas personas estúpidas en el poder como en el resto de la humanidad y siempre ascienden a más de las que creemos.

Fuente: [“El poder de la estupidez” de Giancarlo Livraghi] *



Las leyes fundamentales de la estupidez humana

La humanidad se encuentra en un estado deplorable. No es una novedad. Si miramos atrás, uno se da cuenta de que siempre ha estado en esa situación. El pesado fardo de desdichas y miserias que los seres humanos debemos soportar, ya sea como individuos o como miembros de la sociedad, es básicamente el resultado del modo extremadamente improbable, estúpido, como fue organizada la vida desde sus comienzos.

Los animales con los que compartimos muchas cosas, tienen que soportar sus cotidianas dosis de tribulaciones, temores, frustraciones, penas y adversidades. Los seres humanos, además de todo eso, tienen que cargar con un peso añadido, una dosis de tribulaciones cotidianas provocadas por un grupo de personas que pertenecen al propio género humano. Este grupo es mucho más poderoso que la Mafia o que el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista o Socialista. Se trata de un grupo no organizado que no se rige por ninguna ley, que no tiene jefe ni presidente, ni estatuto, pero que consigue actuar en perfecta sintonía, como si estuviese guiado por una mano invisible, de tal modo que las actividades de cada uno de sus miembros contribuyen poderosamente a reforzar y ampliar la eficacia de la actividad de todos los demás miembros. La naturaleza, el carácter y comportamiento de los miembros de este grupo constituyen el tema de lo que sigue.

La Primera Ley Fundamental

La Primera Ley Fundamental de la estupidez humana afirma sin ambigüedad que:

"Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo."

A primera vista esto puede resultar trivial u obvio, o poco generoso, o quizá las tres cosas a la vez. Un examen más atento revela la veracidad de esta afirmación. Por muy alta que sea la estimación que uno haga, siempre quedan estúpidos, de un modo repetido y recurrente, debido a que:

a) Personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan después, de pronto, irremediablemente estúpidas.

b) Día tras día, con una incesante monotonía, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen de improviso e inesperadamente en los lugares y en los momentos menos oportunos.

La Primera Ley Fundamental impide la atribución de un valor numérico a la fracción de personas estúpidas respecto del total de la población: cualquier estimación numérica resultaría ser una subestimación. Por ello trataremos de averiguar la cuota de personas estúpidas que nos rodean.

La segunda Ley Fundamental

Hoy se tiende a pensar que la humanidad es igualitaria. La Genética y la Sociología se esfuerzan por probar que todos los hombres son iguales por naturaleza y que si algunos son más iguales que otros, esto se debe a la educación y al ambiente social.

Esta opinión no la comparto. Estoy convencido que los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no, y que la diferencia no la determinan fuerzas o factores culturales sino los manejos biogenéticos de la Naturaleza.

Uno es estúpido igual que otro tiene el pelo rubio; uno está en el grupo de los estúpidos como otro lo está en un grupo sanguíneo determinado.

Una fracción x de seres humanos es estúpida. La estupidez es una prerrogativa de todos y de cualquier grupo humano; y tal prerrogativa indiscriminada está uniformemente distribuida según una proporción constante. Este hecho se expresa científicamente en la Segunda Ley Fundamental, que dice:

"La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona."

El hecho extraordinario acerca de la frecuencia de la estupidez es que la Naturaleza consigue actuar de tal modo que dicha frecuencia sea siempre y en cualquier sitio igual a la probabilidad x, independientemente de la dimensión del grupo, y que se dé el mismo porcentaje de personas estúpidas, tanto, si se someten a examen grupos muy amplios como grupos reducidos.

La prueba de que la educación y el ambiente social no tienen nada que ver con la probabilidad x nos la proporcionó una serie de experimentos llevados a cabo en universidades. Podemos clasificar la población de una Universidad en cuatro grupos: bedeles, empleados, estudiantes y docentes.

Cuando se analizó el grupo de bedeles se halló que una fracción x eran estúpidos. Se juzgó que era debido a la pobreza de las familias y también a su escasa instrucción. Pero al analizar los otros grupos, el de empleados y estudiantes, se encontró idéntico porcentaje.

Más impresionante fueron los resultados de los docentes. Tanto si se analizaba una universidad grande como otra pequeña, un instituto famoso u otro desconocido, siempre se encontró la misma fracción x de profesores formada por estúpidos.

Ante tal sorpresa se resolvió extender las investigaciones a un grupo seleccionado, a una elite; nada menos que a los galardonados con el Nobel. El resultado confirmó los poderes de la Naturaleza: una fracción x de Premios Nobel estaba constituida por estúpidos.

Esta Segunda Ley Fundamental es una ley de hierro y no admite excepciones.

El Movimiento para la Liberación de la Mujer apreciará en todo su valor esta Ley ya que los estúpidos son tan numerosos entre hombres como entre mujeres. Los pobladores del Tercer Mundo también, por cuanto dicha proporción se repite y manifiesta con idéntico paralelismo al de los pueblos desarrollados.

En conclusión, persiste el hecho de que deberá siempre enfrentarse al mismo porcentaje de gente estúpida, porcentaje que de acuerdo con la Primera Ley, inexorablemente superará siempre las expectativas más pesimistas.

La Tercera Ley Fundamental (Ley de Oro)

"Esta Ley presupone que todos los seres humanos están incluidos en una de estas cuatro categorías: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos."

Si uno comete una acción y obtiene una pérdida, al tiempo que procura un beneficio a otro, es un incauto.

Si uno realiza una acción de la que obtiene un beneficio y al mismo tiempo procura un beneficio a otro, ese uno es inteligente.

Si uno realiza una acción de la que obtiene un beneficio causando un perjuicio a otro, estamos ante una malvado.

Pero una persona estúpida es aquella que causa un daño a otro sin obtener beneficio, incluso procurándose un perjuicio a él mismo.

A la vista de esto, las personas racionales reaccionan instintivamente con escepticismo e incredulidad. El caso es que las personas razonables tienen dificultades para imaginar y comprender semejante comportamiento.

Todos hemos vivido situaciones en las que estuvimos relacionados con un individuo que consiguió una ganancia, causándonos un perjuicio: estábamos frente a un malvado.

También se nos dio alguna vez el caso que un individuo realizó una acción, cuyo resultado fue una pérdida para él y una ganancia para nosotros. Habíamos estado relacionados con un incauto.

Otras veces tuvimos alguna ocasión en la que un individuo realizó una acción de la que ambas partes obtuvimos beneficio. Aquí dimos con una persona inteligente.

Nuestra vida está salpicada de ocasiones en que sufrimos pérdida de dinero, tiempo, energía, apetito, tranquilidad y buen humor por culpa de acciones de alguna absurda criatura, en la que en algún momento se le ocurre causarnos daño, frustraciones e inconvenientes, sin que ella vaya a ganar nada a cambio. Nadie sabe ni entiende por qué esta absurda criatura hace lo que hace. No existe explicación. Sólo hay una: estamos ante un estúpido.

Fuente: "Allegro ma non troppo"_Carlo M. Cipolla

El concepto de estupidez humana

Los seres humanos nos caracterizamos por diferentes grados de propensión a la socialización. Los hay que el contacto con los demás les supone una dolorosa necesidad. Soportan a las personas y las personas se ven obligadas a soportarlos a ellos.
Están también aquellos otros que no pueden soportar vivir solos, y están dispuestos a pasar el tiempo incluso con personas que desprecian.
Entre estos dos extremos existe un abanico de comportamientos, si bien la mayoría de la gente está más próxima al tipo de no soportar la soledad que al propenso a no relacionarse.
Sea del tipo que sea, el ser humano siempre tiene que tratar con la gente, si bien con diferente intensidad. Además, uno se pone en relación con los demás incluso evitándolos. Lo que podría haber hecho por alguien y no lo he hecho, representa un "coste-oportunidad" para aquella persona concreta o incluso un grupo.
La moraleja es que cada uno de nosotros tiene una suerte de cuenta corriente con los demás. De cualquier acción u omisión, cada uno obtiene una ganancia o una pérdida, y al tiempo proporciona una ganancia o una pérdida a alguien.

Un punto debe quedar claro. Al considerar mi acción y valorar los beneficios o las pérdidas que obtengo, debe tenerse en cuenta mi sistema de valores. Pero para determinar la ganancia o la pérdida que le proporciono a otro, es indispensable tomar como referencia el sistema de valores de ese otro y no el mío. Con mucha frecuencia se nos olvida esta norma de "fair play", y muchos problemas surgen precisamente del hecho de que no se respeta este principio de conducta cívica.

Basado en "Allegro ma non troppo"

                      Carlo M. Cipolla