¿Por qué es
peligrosa la estupidez? Entre otras razones, por ser impredecible. Hay hechos
que demuestran que podemos ser muy necios respecto de cosas fácilmente
predecibles.
En 1998 y
1999, hubo mucho revuelo en torno al fin del milenio. En general se aceptó que
el siglo XXI y el tercer milenio comenzarían el primer día del año 2000. Todo
aquel follón ya calló en el olvido y podemos observar el tema con frialdad,
hasta comprender por qué hubo semejante error tan evidente como estúpido.
Pocas cosas
resultan más fácil de predecir que el hecho de que el siglo XX terminaría a la
0 horas, 0 minutos, 0 segundos del día 1 de enero de 2001. Fueron muchas las
personas que estaban convencidas de que el siglo y el milenio concluirían en la
medianoche del 31 de diciembre de 1999. Les resultaba difícil adaptarse a una
aritmética simple. Terminaban por admitir, con reticencias. “Bueno, quizá sea
verdad que nunca hubo un año cero.” Pero les incomodaba el tener que reajustar
su pensamiento equivocado.
¿Era una
estupidez? Quizá no. Pero fue una decepción para muchos vendedores de chismes y
cacharros. Muchos de esos chismes y otros objetos etiquetados como “milenio” se
quedaron en las estanterías y los productores de champán vendieron menos de lo
esperado. Las agencias de viaje obtuvieron resultados pobres y hubo más de una
que tuvo que enfrentarse a alguna denuncia por haber vendido la fecha
equivocada. Esta comedia de errores no fue inocua, pero afortunadamente no
llegó a causar graves daños.
También hace
diez años se planteó otro tema estúpido: el “bug del milenio”, error
informático que ya no preocupa a nadie, a pesar de que son muchos los problemas
que todavía se esconden en las nuevas tecnologías.
La estupidez
en este caso era evidente y muy peligrosa. El calendario gregoriano se
materializó en 1582. Pero para los fabricantes de ordenadores, carecía de
sentido pasar por alto el hecho de que los sistemas electrónicos incapaces de
manejar fechas anuales de cuatro cifras funcionarían mal. Eran sistemas
concebidos en los años sesenta del siglo XX, pero sólo uno o dos años antes de
que se cumpliera el plazo se comenzó a extender la inquietud.
Todo se
transformó y dio paso a una alarma histérica y exagerada, que preveía
catástrofes incalculables. Resulta inconcebible que durante años imperase el
descuido y de repente siguiera un revuelo tan confuso y apresurado. ¿Cuántos
serán los problemas que, desatendidos en la actualidad, darán pie a nuevos caos
desmedidos cuando sea demasiado tarde?
Ha habido
muchos problemas graves que se podían predecir con exactitud y, sin embargo, se
han obviado estúpidamente. Un evidente ejemplo es el envejecimiento de la
población, que se podía haber proyectado matemáticamente con mucha precisión
hace más de cien años.
Se continúan
quemando combustibles fósiles de forma idiota cuando es un hecho que existen
otras tecnologías capaces de resolver la cuestión del combustible para la
industria mundial.
El
incremento de la población es una cuestión muy peligrosa aunque se hayan
producido ciertas mejoras. Pero las fuerzas que están en juego incluyen
perversidades muy estúpidas y terribles, como las enfermedades, el hambre, las
matanzas, las guerras y otras muchas formas de destrucción y violencia
exagerada.
Otro
problema que era fácilmente predecible pero al que no se le prestó atención,
incluso algún imbécil llegó a negarlo, es la llamada crisis financiera que está
lejos de resolverse pese a mis críticos y detractores que prefieren mirar para
otro lado; y no sólo eso sino que está lejos de entenderse, lo cual es mucho
peor que lo otro.
La
estupidez, la miopía y la ceguera mental rigen el mundo. Visto por un
alienígena podría ser hasta divertido. Pero como habitante de este planeta, no
le veo la gracia por ningún sitio.
Los efectos
de la estupidez son imprevistos. Ayuda el estar preparado; el comprender que
nada ocurre nunca de forma totalmente coherente y no sentir miedo ante lo
inesperado.
La estupidez
está en todas partes. Si aprendemos a conocerla limitaremos los daños que causa
e incluso podremos invertir el proceso y hallar algo de inteligencia en lo que
parecía ser un páramo de estupidez.