Es un hecho
conocido, estrechamente relacionado con la estupidez: "con frecuencia, las
cosas salen mal".
La ley de
Murphy no cabe duda que es cierta y cuenta con la confirmación de miles de años
de historia. Pero al unirse con la confusión cultural, la torpeza de gobierno,
la gestión apresurada y miope, la especulación financiera y el desorden de las
tecnologías, sus efectos tienden a multiplicarse.
Parece ser
que nació de un comentario de un oficial de la Fuerza Aérea, el capitán Edward
Murphy, en 1949, en relación de un caso concreto de estupidez humana: alguien
había hecho peligrar su vida porque algunos instrumentos no se habían dispuesto
adecuadamente.
Es
proverbial el dicho: “Si algo puede salir mal, saldrá mal, en el peor momento
posible.”
Hay
ocasiones en que las cosas mejoran de un modo increíble. Pero sería estúpido
confiar en que eso sirve de contrapeso de las que salen mal. ¿Por qué las cosas
salen mal? No cabe duda de que la causa más frecuente no es otra que la
estupidez humana.
Puede
tratarse de nuestra propia estupidez. O de la estupidez de otro. De alguien
próximo que ha hecho algo mal o complica las cosas innecesariamente. O de la
necedad de alguien al que ni conocemos pero que nos ha confundido.
La Ley de
Murphy, entendida adecuadamente, es un recurso para la inteligencia. Es
importante saber que es imposible evitar lo inesperado, porque nunca está en
nuestra mano controlar todas las variables, o porque algunos factores externos,
incontrolables, entran en juego cuando menos te lo esperas.
Lo
inesperado existe y hay que estar preparado para enfrentarnos a ello. No
debemos temer ni sentir miedo o entregarnos a la confusión. Hay que estar
dispuestos a hallar soluciones, sacar partido de las oportunidades y aprender
del cambio.
Existe un
corolario a la Ley de Murphy. Se trata de que, si un problema puede resolverse
por sí solo, lo hará cuando exista un estado de alarma, se hayan emprendido
acciones para solucionarlo, etc. Una de las consecuencias de esto es que en
algunas situaciones la mejor solución es la de esperar a ver, sin mover un
dedo. Evidentemente no es fácil saber de antemano en qué circunstancias puede
ser este el comportamiento más idóneo.
Uno ha de
estar preparado para admitir que ha cometido un error. “Sostenella y no
enmendalla”, cuando se ha producido un error o desatado una falsa alarma, es
una peligrosa forma de estupidez.
En palabras
de Douglas Adams: “La diferencia entre algo que puede salir mal y algo que de
ningún modo puede salir mal es que, cuando sale mal algo que de ningún modo
podía salir mal, lo más común es que resulte imposible de resolver o remediar.”
Si en
cualquier proyecto tenemos en cuenta los fenómenos inevitables de Murphy,
podremos desarrollarlo con la necesaria flexibilidad, considerando que los
errores y las circunstancias inesperadas son probables variantes, antes que
desastres o fracasos insolubles. La ley de Murphy debe preocuparnos en serio,
pero no es razón para desesperar o desistir. Así reduciremos la angustia,
mejoramos la calidad y nos ahorramos la confusión que lo inesperado causa y que
multiplica toda clase de equivocaciones.
[Extraído de
“El poder de la estupidez” de Giancarlo Livraghi]
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