La guerra es
un tema serio, trágico y complejo.
Hace 68
años, tras la espantosa guerra mundial, se pensó -de forma ingenua- que las
guerras habían llegado a su fin. Por desgracia no ha sucedido así. Se han
librado muchas guerras y aún persisten otras; se han desatado conflictos
horribles en muchos sitios, y aún no se avista un final para esos horrores.
La idea de
que las guerras pueden y deben evitarse es algo que va en línea con una
evolución inteligente, aunque su desarrollo es todavía insuficiente.
El
desarrollo de los sistemas de información que en la segunda mitad del siglo XX
permitieron que se conocieran de forma más directa los horrores de la guerra,
ayudó a cambiar nuestras percepciones. Sin embargo, tristemente, los hechos
demuestran que este nuevo estado de las conciencias no es tan fuerte y
coherente como parecía.
Ya no estamos
convencidos de que los conflictos armados son siempre necesarios, como nos
habían dicho durante milenios; pero me temo que estamos retrocediendo, incómodamente,
a la idea de que en ocasiones las guerras resultan "inevitables" en
las cuestiones humanas.
La guerra
puede situarse, dentro del diagrama de la "estupidología", en algún
punto intermedio entre el bandidaje estúpido y la estupidez agresiva. Muchas
guerras acarrean graves daños para todos, incluso para los vencedores. Pero aún
cuando alguien obtiene alguna clase de beneficio, la estupidez del poder es
devastadoramente eficaz: el beneficio de
unos pocos representa una terrible tragedia para demasiados.
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