miércoles, 11 de diciembre de 2013

Sobre la impredecibilidad de la estupidez

¿Por qué es peligrosa la estupidez? Entre otras razones, por ser impredecible. Hay hechos que demuestran que podemos ser muy necios respecto de cosas fácilmente predecibles.

En 1998 y 1999, hubo mucho revuelo en torno al fin del milenio. En general se aceptó que el siglo XXI y el tercer milenio comenzarían el primer día del año 2000. Todo aquel follón ya calló en el olvido y podemos observar el tema con frialdad, hasta comprender por qué hubo semejante error tan evidente como estúpido.

Pocas cosas resultan más fácil de predecir que el hecho de que el siglo XX terminaría a la 0 horas, 0 minutos, 0 segundos del día 1 de enero de 2001. Fueron muchas las personas que estaban convencidas de que el siglo y el milenio concluirían en la medianoche del 31 de diciembre de 1999. Les resultaba difícil adaptarse a una aritmética simple. Terminaban por admitir, con reticencias. “Bueno, quizá sea verdad que nunca hubo un año cero.” Pero les incomodaba el tener que reajustar su pensamiento equivocado.

¿Era una estupidez? Quizá no. Pero fue una decepción para muchos vendedores de chismes y cacharros. Muchos de esos chismes y otros objetos etiquetados como “milenio” se quedaron en las estanterías y los productores de champán vendieron menos de lo esperado. Las agencias de viaje obtuvieron resultados pobres y hubo más de una que tuvo que enfrentarse a alguna denuncia por haber vendido la fecha equivocada. Esta comedia de errores no fue inocua, pero afortunadamente no llegó a causar graves daños.

También hace diez años se planteó otro tema estúpido: el “bug del milenio”, error informático que ya no preocupa a nadie, a pesar de que son muchos los problemas que todavía se esconden en las nuevas tecnologías.

La estupidez en este caso era evidente y muy peligrosa. El calendario gregoriano se materializó en 1582. Pero para los fabricantes de ordenadores, carecía de sentido pasar por alto el hecho de que los sistemas electrónicos incapaces de manejar fechas anuales de cuatro cifras funcionarían mal. Eran sistemas concebidos en los años sesenta del siglo XX, pero sólo uno o dos años antes de que se cumpliera el plazo se comenzó a extender la inquietud.

Todo se transformó y dio paso a una alarma histérica y exagerada, que preveía catástrofes incalculables. Resulta inconcebible que durante años imperase el descuido y de repente siguiera un revuelo tan confuso y apresurado. ¿Cuántos serán los problemas que, desatendidos en la actualidad, darán pie a nuevos caos desmedidos cuando sea demasiado tarde?

Ha habido muchos problemas graves que se podían predecir con exactitud y, sin embargo, se han obviado estúpidamente. Un evidente ejemplo es el envejecimiento de la población, que se podía haber proyectado matemáticamente con mucha precisión hace más de cien años.

Se continúan quemando combustibles fósiles de forma idiota cuando es un hecho que existen otras tecnologías capaces de resolver la cuestión del combustible para la industria mundial.

El incremento de la población es una cuestión muy peligrosa aunque se hayan producido ciertas mejoras. Pero las fuerzas que están en juego incluyen perversidades muy estúpidas y terribles, como las enfermedades, el hambre, las matanzas, las guerras y otras muchas formas de destrucción y violencia exagerada.

Otro problema que era fácilmente predecible pero al que no se le prestó atención, incluso algún imbécil llegó a negarlo, es la llamada crisis financiera que está lejos de resolverse pese a mis críticos y detractores que prefieren mirar para otro lado; y no sólo eso sino que está lejos de entenderse, lo cual es mucho peor que lo otro.

La estupidez, la miopía y la ceguera mental rigen el mundo. Visto por un alienígena podría ser hasta divertido. Pero como habitante de este planeta, no le veo la gracia por ningún sitio.

Los efectos de la estupidez son imprevistos. Ayuda el estar preparado; el comprender que nada ocurre nunca de forma totalmente coherente y no sentir miedo ante lo inesperado.

La estupidez está en todas partes. Si aprendemos a conocerla limitaremos los daños que causa e incluso podremos invertir el proceso y hallar algo de inteligencia en lo que parecía ser un páramo de estupidez.

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