sábado, 21 de diciembre de 2013

COROLARIO DE ESTÚPIDOS, INCAUTOS Y MALVADOS HABIDOS EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD DESDE MI PARTICULAR PUNTO DE VISTA (3)

3 - Carlos I (1500/1558) y Felipe II (1527/1598)

(Carlos I de España y V de Alemania; Gante, Flandes, 1500 - Yuste, Extremadura, 1558) Rey de España y emperador de Alemania. Con él se implantó en España la Casa de Habsburgo. Era hijo de Juana la Loca y de Felipe el Hermoso. Fue educado en los Países Bajos por Adriano de Utrecht y Guillermo de Croy, recibiendo la influencia de los humanistas del Renacimiento (como Erasmo de Rotterdam).

En 1515 asumió el gobierno de los estados de la Casa de Borgoña (los Países Bajos, el Franco Condado, Borgoña y el Charolais), que le correspondían por herencia de su abuela paterna; al morir en 1516 su abuelo materno, Fernando el Católico, heredó las Coronas unificadas de Castilla (a la que se había anexionado Navarra el año anterior y día a día se iban incorporando nuevos descubrimientos en las Indias) y de Aragón (con sus dominios mediterráneos de Nápoles, Sicilia, Cerdeña y el Rosellón).

Y en 1519, al morir su abuelo paterno, Maximiliano I de Austria, heredó los vastos estados patrimoniales de los Habsburgo (Austria, Tirol, Bohemia, Moravia, Silesia, Estiria, Carintia y Carniola), que llevaban aparejada la candidatura a la Corona imperial de Alemania, para la que efectivamente fue elegido aquel mismo año (aunque no sería coronado formalmente por el papa hasta 1530).

Dueño de tan extensos territorios, Carlos asumió enseguida el proyecto de Gattinara de restaurar un Imperio cristiano universal, para lo cual debía lograr una hegemonía efectiva sobre los restantes reyes de la Cristiandad. Ello le enzarzó en guerras continuas contra los rivales de tal hegemonía. Como rey de España, Carlos suscitó importantes resistencias desde su llegada al país en 1517, debido a su condición de extranjero, rodeado por una corte de extranjeros y con la mirada puesta en objetivos políticos que excedían con mucho los límites de España.

Su política poco respetuosa de la autonomía municipal, al tiempo que la perspectiva de un rey ausente durante largos períodos de tiempo y esquilmando al reino con impuestos para financiar sus empresas europeas, determinaron las insurrecciones de las Comunidades de Castilla (1520-1521) y de las Germanías de Valencia y Mallorca (1519-1524), que hubo de aplastar militarmente. Para aplacar los ánimos permaneció unos años en la Península, donde contrajo matrimonio con su prima Isabel de Portugal (1526), como le habían pedido las Cortes de Castilla.

En cuanto a su lucha por la hegemonía en Europa, Carlos tuvo que enfrentarse como campeón de la Cristiandad contra el avance de los turcos, que bajo el reinado de Solimán II el Magnífico, avanzaron por los Balcanes hasta el corazón de Austria (primer asedio de Viena en 1529 y anexión turca de Hungría en 1541), al tiempo que Barbarroja hostigaba la navegación en el Mediterráneo.

Carlos tuvo que librar también cuatro guerras contra el rey «cristianísimo» de Francia, Francisco I, en 1521-1526, 1526-1529, 1536-1538 y 1542-1544, motivadas por diversos contenciosos territoriales en Italia y los Países Bajos; Enrique VIII de Inglaterra y otros estados europeos (como Venecia, Florencia, Suiza, Dinamarca o Suecia) se aliaron ocasionalmente con Francia, temerosos de la hegemonía austriaca; e incluso el Papado (bajo León X y Clemente VII) luchó contra el emperador, quien no dudó en hacer que sus ejércitos saquearan Roma en represalia, el famoso "Saco de Roma" (1527).

En la propia Alemania, la reforma protestante iniciada por Lutero en 1519-1521 acabó con la unidad católica; Carlos se mostró inflexible con los príncipes protestantes, a los que exigió primero que retornaran al seno de la Iglesia (Dieta de Worms, 1521) y derrotó luego en la Guerra de Esmalcalda de 1546-1547 (batalla de Mühlberg). Pero, finalmente, se vio obligado a reconocer la escisión religiosa (Paz de Augsburgo, 1555), mientras el Concilio de Trento (1545-1563) iniciaba la «Contrarreforma» en el bando católico.

Fracasado de este modo su proyecto imperial, Carlos abdicó en Bruselas en 1555, dejando a su hijo primogénito, Felipe II, los reinos de España y los estados de la Casa de Borgoña, incluyendo las Indias, Italia (Cerdeña, Nápoles, Sicilia y Milán), los Países Bajos y el Franco Condado; junto con dichos territorios, Carlos legaba a su hijo una Hacienda abocada a la bancarrota por los ingentes gastos de las campañas imperiales.

Las tensas disputas en el seno de la Casa de Habsburgo le llevaron a desgajar de la herencia los estados patrimoniales de los Habsburgo en el centro de Europa, que pasaron a su hermano Fernando junto con la Corona imperial (1558), quedando separada desde entonces en dos ramas la Casa de Austria. Carlos, enfermo de gota, se retiró al monasterio de Yuste, donde murió.

Durante los 40 años de su reinado, el pago de la deuda externa sumió a España en un déficit crónico del que sólo nos sacó una suspensión de pagos en toda regla: el Imperio vivía por encima de sus posibilidades.

Doña Juana de Austria, hija del emperador, escribió al padre, cuando asumió la regencia, este balance económico: "Está consumido y gastado casi todo lo que se puede sacar de rentas ordinarias, extraordinarias, bulas y subsidios, hasta final de 1560".

Carlos que se consideraba con el derecho legítimo al título de Rey de Romanos y Emperador del Sacro Imperio, tuvo que vencer en la pugna a su rival, el Rey Francisco I de Francia. Para ello tenía que comprar voluntades de los electores sobornándolos. Decidió emplear todo el dinero posible en la compra de electores. Se gastaron 851.918 florines. Carlos no disponía de esa inmensa suma ni podía sacarlos de la hacienda de sus reinos hispanos. Para obtenerlos practicó eso que se llama ingeniería financiera.

Habló con muchos banqueros. Participaron alemanes, genoveses y florentinos. Todo estaba coordinado por los Fugger, establecidos en Ausgburgo. Eran préstamos sindicados, similares a los que hoy practican los grandes grupos empresariales para financiarse.

Esta manera de pagar la fiesta se convertiría en la tónica habitual de su reinado. Condujo a una situación de déficit crónico durante los 40 años de reinado, yendo en aumento década a década. Las rivalidades políticas en Europa, que se traducían en incesantes guerras, contribuyeron de manera decisiva a esta situación embarazosa. Así consiguió el emperador muchos éxitos militares, pero siempre estaban acompañados de una contrapartida inevitable y fatal: enormes facturas que había que pagar.

Desde 1523 el emperador había experimentado dificultades para saldar las deudas. Esto generó descontentos entre sus acreedores hasta el punto que dejaron de prestarle durante el período 1524-1526. A Carlos I se le secó el grifo del crédito.

Para resolver esta situación optó por una estrategia que le ocasionó más dolores de cabeza: enajenó en favor de los Fugger diversas propiedades en España, cuyas rentas percibirían sin que la Hacienda castellana llevase a  cabo control alguno: maestrazgos (grandes extensiones rurales que pertenecían a las Órdenes Militares) situadas en Extremadura y Castilla la Nueva [hoy Castilla-La Mancha] (las minas de Almadén formaban parte del lote). Todo fue a parar a manos de los Fugger durante más de un siglo. También lograron importantes concesiones mineras en otros lugares.

El retorno del crédito alemán permitió al emperador salir de una situación engorrosa de mal pagador. Un préstamo cubría a otro anterior impagado. Como ahora con las subprimes americanas y los productos llamados tóxicos.

Pero ni aún así sería suficiente. Ante la monumental hipoteca la única salida era hacer nuevas concesiones. El paso siguiente fue arrendar mediante subasta la recaudación de las rentas de la Corona. Otro modo fue  la emisión de los juros (algo parecido a nuestros actuales bonos del Tesoro) que permitían obtener intereses muy elevados de hasta el 10%. Tenían un punto flaco y este era que cada juro se garantizaba con el dinero de la recaudación de otros impuestos, y si este fallaba, surgían problemas para cobrar. Vamos, para entendernos, como la "pirámide de Madoff".

Entre 1532-1542, con la conquista del Perú y la plata que de allí venía, las cuentas se sanearon, hasta el punto que se pudo prescindir de los préstamos.

Pero a partir de 1542, la situación en Europa se le complicó: una nueva guerra con Francia que terminó de forma precipitada porque se iniciaron las guerras de religión luteranas (1544) que consumieron la madurez del Emperador.

Si antes de las guerras luteranas el interés medio que pagaba el Emperador por los préstamos era del orden del 28%, a partir de estos enfrentamientos la cota subió casi al 50%, algo desmesurado.

Cuando Felipe II asumió el poder, se encontró con una deuda de 15 millones de ducados y decidió cortar por lo sano: suspensión de pagos en 1557. Esta medida hizo perder a los Fugger cantidades millonarias (y a otros banqueros) y señaló el camino a seguir a otros reinos con dificultades financieras, como Francia y Portugal, que acabarían imitando la solución de Felipe II.

La tormenta financiera desencadenada nada tiene que envidiar a la del hundimiento de Lehman Brothers en 2008. Años después, el propio Felipe II volvería a encontrarse en una situación desesperada que le empujó a declarar otras dos suspensiones de pagos, por lo que su gestión, a la hora de valorarla, no puede ser demasiado positiva.

El dominio de la economía sobre la política es, probablemente, más antiguo de lo que pensamos.

COROLARIO DE ESTÚPIDOS, INCAUTOS Y MALVADOS HABIDOS EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD DESDE MI PARTICULAR PUNTO DE VISTA (2)

2 - Napoleón I (1769/1821)

En 1812, a causa del debilitamiento de la alianza con Rusia, Napoleón invadió el Imperio de Alejandro I. No obstante, a pesar de su victoria en Borodino y su entrada en Moscú, la falta de víveres y el frío le obligaron a retirarse. Fue precisamente esa retirada, en la que fallecieron casi 600.000 soldados franceses, la que consumó el desastre de la campaña rusa de Napoleón.

Mientras tanto, la guerra en España se alargaba, y el gasto humano y económico de los franceses en la misma también. La guerrilla hispana y el apoyo británico a los invadidos permitieron que poco a poco la resistencia a los ejércitos bonapartistas se fortaleciera. Finalmente los franceses fueron expulsados casi totalmente de la Península tras ser derrotados en las batallas de los Arapiles, Vitoria y San Marcial.

Los enemigos de Napoleón se coaligaron en 1813, avanzando por Alemania hasta ser derrotados en Lützen y Bautzen. A pesar de la victoria de las armas francesas, Austria entró en la guerra al lado de la coalición. Una vez reorganizados sus ejércitos, ésta consiguió vencer a Bonaparte en Leipzig.

Finalmente las tropas coaligadas entraron en París, donde Napoleón fue depuesto y desterrado a la isla de Elba. Además, se firmó la Paz de París, que restablecía las fronteras de 1792 y se procedió a la restauración borbónica en la persona de Luis XVIII.

El Imperio de los Cien Días

En 1815, aprovechando una crisis en el nuevo gobierno monárquico, Napoleón regresó a París y se hizo con el poder. Para luchar contra el llamado gobierno de los Cien Días, las potencias europeas volvieron a coaligarse, derrotando definitivamente a Napoleón en Waterloo.

Tras estos acontecimientos, Bonaparte fue desterrado a la isla de Santa Elena, donde murió, posiblemente envenenado, en 1821. Se firmó la segunda Paz de París, de la que Francia salió muy perjudicada: perdió su poderío militar, numerosos territorios fronterizos y ultramarinos y tuvo que pagar fuertes indemnizaciones a las otras potencias.

Napoleón es un personaje híbrido. Por un lado destaca su inteligencia para los asuntos militares, no tanto para los asuntos públicos de gobierno, practicando con denuedo el nepotismo más descarado, entre parientes, amigos y familiares. Sus errores militares se manifestaron claramente en Leipzig, Bailén y sobre todo en Waterloo, donde confió incautamente el mando de algunos Cuerpos de Ejército a Mariscales y Generales ineptos. Otra prueba de su estupidez fue el haber regresado tras la crisis de la monarquía restaurada, si bien hay que reconocer que empujado por muchos de sus partidarios. Pese a todo, a Napoleón le debemos muchas cosas positivas: gracias a su ímpetu, las naciones europeas comenzaron a tener una Legislación estructurada en Códigos de Derecho Positivo; también se impulsaron las ciencias arqueológica, la física y la medicina. Pero dejó un reguero de incertidumbre en la sociedad que, avisada por las enormes pérdidas y sacrificios a la que estuvo sometida, no supo restablecer el equilibrio entre la incipiente Revolución Industrial, que sí prosperó en Inglaterra, y la desarraigada clase obrera subsiguiente a la Revolución.

Granadero