En 1812, a causa del debilitamiento de la alianza con Rusia, Napoleón invadió el Imperio de Alejandro I. No obstante, a pesar de su victoria en Borodino y su entrada en Moscú, la falta de víveres y el frío le obligaron a retirarse. Fue precisamente esa retirada, en la que fallecieron casi 600.000 soldados franceses, la que consumó el desastre de la campaña rusa de Napoleón.
Mientras tanto, la guerra en España se alargaba, y el gasto humano y económico de los franceses en la misma también. La guerrilla hispana y el apoyo británico a los invadidos permitieron que poco a poco la resistencia a los ejércitos bonapartistas se fortaleciera. Finalmente los franceses fueron expulsados casi totalmente de la Península tras ser derrotados en las batallas de los Arapiles, Vitoria y San Marcial.
Los enemigos de Napoleón se coaligaron en 1813, avanzando por Alemania hasta ser derrotados en Lützen y Bautzen. A pesar de la victoria de las armas francesas, Austria entró en la guerra al lado de la coalición. Una vez reorganizados sus ejércitos, ésta consiguió vencer a Bonaparte en Leipzig.
Finalmente las tropas coaligadas entraron en París, donde Napoleón fue depuesto y desterrado a la isla de Elba. Además, se firmó la Paz de París, que restablecía las fronteras de 1792 y se procedió a la restauración borbónica en la persona de Luis XVIII.
El Imperio de los Cien Días
En 1815, aprovechando una crisis en el nuevo gobierno monárquico, Napoleón regresó a París y se hizo con el poder. Para luchar contra el llamado gobierno de los Cien Días, las potencias europeas volvieron a coaligarse, derrotando definitivamente a Napoleón en Waterloo.
Tras estos acontecimientos, Bonaparte fue desterrado a la isla de Santa Elena, donde murió, posiblemente envenenado, en 1821. Se firmó la segunda Paz de París, de la que Francia salió muy perjudicada: perdió su poderío militar, numerosos territorios fronterizos y ultramarinos y tuvo que pagar fuertes indemnizaciones a las otras potencias.
Napoleón es un personaje híbrido. Por un lado destaca su inteligencia para los asuntos militares, no tanto para los asuntos públicos de gobierno, practicando con denuedo el nepotismo más descarado, entre parientes, amigos y familiares. Sus errores militares se manifestaron claramente en Leipzig, Bailén y sobre todo en Waterloo, donde confió incautamente el mando de algunos Cuerpos de Ejército a Mariscales y Generales ineptos. Otra prueba de su estupidez fue el haber regresado tras la crisis de la monarquía restaurada, si bien hay que reconocer que empujado por muchos de sus partidarios. Pese a todo, a Napoleón le debemos muchas cosas positivas: gracias a su ímpetu, las naciones europeas comenzaron a tener una Legislación estructurada en Códigos de Derecho Positivo; también se impulsaron las ciencias arqueológica, la física y la medicina. Pero dejó un reguero de incertidumbre en la sociedad que, avisada por las enormes pérdidas y sacrificios a la que estuvo sometida, no supo restablecer el equilibrio entre la incipiente Revolución Industrial, que sí prosperó en Inglaterra, y la desarraigada clase obrera subsiguiente a la Revolución.
Granadero
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