miércoles, 11 de diciembre de 2013

El poder de la estupidez

No es difícil comprender de qué manera el poder político, económico o burocrático aumenta el potencial nefasto de un estúpido. Pero ¿qué es lo que básicamente vuelve peligrosa a una persona estúpida?

Los estúpidos son peligrosos y funestos porque a las personas razonables les resulta muy complicado imaginar y entender un comportamiento estúpido. Un inteligente puede entender la lógica de un malvado. Las acciones de un malvado siguen un modelo más o menos racional, perverso, sí, pero racional. Esto quiere decir que al malvado se le puede prever su acción, sus sucias maniobras y sus degeneradas aspiraciones, dando pie a que se puedan preparar las oportunas defensas.

Pero con un estúpido esto es imposible. No existe modo de prever cuándo, cómo y de qué forma, un estúpido se nos va a manifestar. Una criatura estúpida nos perseguirá sin razón, sin plan y en los momentos y lugares más improbables e impensables.

Puesto que las acciones de un estúpido no se ajustan a las normas de lo racional, se deriva:

a/ Generalmente el ataque nos pilla por sorpresa.

b/ Aun teniendo conocimiento del ataque, nos es imposible organizar una defensa, porque el ataque, en sí mismo, carece de la más mínima racionalidad.

Este hecho de que la actividad y los movimientos de un estúpido sean absolutamente erráticos unido a su irracionalidad, no sólo hace problemática la defensa, sino muy difícil cualquier contraataque.

La persona inteligente sabe que lo es.. El malvado es consciente de su maldad. El incauto conoce su propia debilidad y carencia. Pero el estúpido no sabe que es estúpido. Ese desconocimiento contribuye a dar mayor énfasis a su capacidad devastadora.

El estúpido se nos aparecerá sonriente, como si tal cosa fuese lo más natural del mundo, de improviso para echar a rodar tus planes, derruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo y dinero, apetito; y encima, sin malicia, sin remordimientos, sin razón: estúpidamente.


Fuente: "Allegro ma non troppo"-Carlo M. Cipolla

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