miércoles, 8 de enero de 2014

La continuidad de la especie humana

En cuanto a la continuidad de nuestra especie importa la cantidad y no la calidad. El instinto de supervivencia nos impulsa a aumentar la masa fisiológica; por esa razón, además de más numerosos, nos volvemos más altos. También y como consecuencia todo organismo vivo tiende a incrementar el volumen total de su especie. Por esa razón el número adquiere gran importancia.

En los países ricos se estudia más y se tienen menos hijos. En el tercer mundo el cultivo de la inteligencia es privilegio de pocos; la mayoría es ignorante y tiene más tiempo para procrear. Así es por lo que la explosión demográfica siempre ha ido unida a la pobreza. Pero la tendencia a aumentar la masa biológica se cumple en ambos casos: los ricos son pocos, pero gordos, mientras que los pobres son muchos pero flacos. Si pudiésemos poner en el platillo de una balanza a los ricos y en el otro platillo a los pobres, observaríamos que el fiel quedaría equilibrado.

Somos más numerosos y más gordos, pero nuestro cerebro pesa lo mismo que hace 300.000 años. Esto indica que, tras haber desarrollado la inteligencia, la selección ha desembocado en la cantidad. Ya no se incrementa el genio (lo vemos a diario), sino el número que crece a costa del incremento cerebral.

¿Qué hacer entonces con los inteligentes que siguen naciendo aunque cada vez sean menos? Simplemente: eliminarlos.

La selección no sólo es natural sino también cultural y desde hace miles de años, el Homo sapiens sapiens elabora comportamientos y sistemas sociales que provocan el exterminio de los mejores.

En la Guerra de Troya los aqueos que fueron en la expedición convocada por Agamenón, eran los más fuertes, los más bellos, los mejor dotados de la raza. En la patria se quedaron los más tontos, los desechos de tienta, los cobardes o inútiles. Pero fue a estos a quienes les tocó garantizar la continuidad de la raza, mientras que los ejemplares más valiosos morían bajo las murallas troyanas y en la llanura entre el Escamandro y las Puertas Esceas.

Por muy virtuosas que fuesen las aqueas (que tampoco lo eran mucho) diez años sin marido son muchos años; además, para ciertas cosas, la grandeza de espíritu y la inteligencia, de poco sirven. Así el talento aqueo quedó tronchado para siempre, pero no por las armas enemigas sino por la semilla desbordante de la hez consanguínea. Ninguno de los héroes que logró sobrevivir se resignó a reconocer a aquel pueblo de imbéciles e infames que había surgido. Y eligieron el voluntario exilio antes que mezclarse con tales parientes cochambrosos.

Más tarde esos aqueos que sustituyeron a los otros, fueron sometidos por los dorios, unos bárbaros (en el sentido actual de bestias, no de extranjeros), que venían con la lección aprendida y muy bien.


Así en Esparta sólo se concedía el honor de ir a la guerra a los mejores, pero antes tenían que dejar parentela. Pero como siempre sucede, la estupidez hizo acto de presencia y acabaron saltándose la norma, de forma que en la guerra contra los mesenios (que duró el doble que la de Troya, 20 años), las espartanas se aparearon con los esclavos, descendientes a su vez de los desechos aqueos pero más envilecidos por vivir en situación de esclavitud.

Fuentes: Konrad Lorenz_"Decadencia de lo humano"_Michael J.A. Howe_"The Strange Feats of Idiots Savants"_Voltaire_"Diccionario Filosófico"_Charles Darwin_"El origen del hombre"_Pino Aprile_"Elogio del imbécil"


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